Se
sentó frente a su Facebook sin nada concreto que poner. Estaba harta
de todo. Cuando estaba en la ESO, deseaba cada mañana y al final de
cada día llegar a bachillerato.
Había quien ya no estaba allí pero aparecía cada dos por tres en la puerta del colegio. Sus padres, sí esos dos que parecían no tener otra cosa que hacer que discutir y poner normas, seguían controlándole la vida. A Lalo, nunca le dijo que llevaba cuatro años enamorada de él, y acababa de dejar a Miguel. Lo quería, vale, pero era todo tan aburrido... cuando cumpla los dieciocho seguro que todo cambia...
Mierda, ahí viene Lalo. Lalo Losta Sirón. Vaya nombrecito. ¿Por qué coño se me encogerá la boca del estómago cuando lo veo aparecer por el pasillo? Puso los dedos en el teclado del ordenador de la clase de informática y cerró el Facebook. Luego escribiría algo.
Lo de Miguel la había hecho plantearse si era mala persona por dejarlo o no. Pero había decidido que no, que no lo era, porque si estás con alguien, cada momento del día en que no estás junto a él tienes que pasarlo pensando en él y no podía ser lo que le pasaba ya últimamente con Miguel. Verlo se había convertido en una costumbre, en una obligación. Lo que en un primer momento era una aventura, darle la mano, verlo en el pasillo, dejar algún beso furtivo en los labios… había pasado a ser una especie de rito tan falto de significado como hacer la mochila cada tarde o ponerse el uniforme tableado cada mañana de clases de la ESO. Le daba algo de pena pero no era un problema como para que ella estuviese así.
Un
día, de pronto, cuando suspendió el primer examen, se dio cuenta de
que ya había llegado a bachillerato y que nada había cambiado en
realidad.
Eran
los mismos y las mismas de siempre.
Había quien ya no estaba allí pero aparecía cada dos por tres en la puerta del colegio. Sus padres, sí esos dos que parecían no tener otra cosa que hacer que discutir y poner normas, seguían controlándole la vida. A Lalo, nunca le dijo que llevaba cuatro años enamorada de él, y acababa de dejar a Miguel. Lo quería, vale, pero era todo tan aburrido... cuando cumpla los dieciocho seguro que todo cambia...
Mierda, ahí viene Lalo. Lalo Losta Sirón. Vaya nombrecito. ¿Por qué coño se me encogerá la boca del estómago cuando lo veo aparecer por el pasillo? Puso los dedos en el teclado del ordenador de la clase de informática y cerró el Facebook. Luego escribiría algo.
Abrió
la hoja de Excel, miró de reojo a Lalo. Ana de dio un codazo y la
voz monótona del profe le llegó a los oídos como si no llevara
quince minutos hablando. De pronto tenía ganas de llorar, joder. No
le había pasado algo concreto que la tuviese así. Ninguna desgracia
en casa, ninguna bronca especial con papá, mamá o con su hermana.
Lo de Miguel la había hecho plantearse si era mala persona por dejarlo o no. Pero había decidido que no, que no lo era, porque si estás con alguien, cada momento del día en que no estás junto a él tienes que pasarlo pensando en él y no podía ser lo que le pasaba ya últimamente con Miguel. Verlo se había convertido en una costumbre, en una obligación. Lo que en un primer momento era una aventura, darle la mano, verlo en el pasillo, dejar algún beso furtivo en los labios… había pasado a ser una especie de rito tan falto de significado como hacer la mochila cada tarde o ponerse el uniforme tableado cada mañana de clases de la ESO. Le daba algo de pena pero no era un problema como para que ella estuviese así.
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