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lunes, 24 de diciembre de 2012

Capítulo 2.


  Se sentía tonta y sentirse de esa forma la enfadaba. Y cuanto más le repetía su madre que cuánto había cambiado, que ya no le contaba nada, que hacerse mayor no era eso, que no podía pasar las tardes en su cuarto encerrada… más se enfadaba. No podía estar encerrada, vale, pero joder, si tampoco podía salir. Cuando era una niña no le daba importancia, pero siempre era la única en no ir a las salidas que hacía la clase, a las excursiones, a los campamentos de fin de semana.

Su casa era el lugar natural para estar y ella estaba bien. Pero ahora la calle, las amigas y los amigos la llamaban como voces de vampiros en la noche. No había salido casi nunca, y, extrañamente, echaba de menos salir: el halo de libertad que rodeaba a los demás que sí salían la hacían quedarse, a menudo, embobada mirando a Victoria, o a Blanca, o a Álvaro… Eran como semidiosas y semidioses cuando planeaban cada fin de semana. Y Lalo. Si lo tenía todo el niño ese, joder. No se podía ser más alto. Ni más guapo. Ni estar más bueno. Ni vestir mejor. Nunca había un jersey que no le hiciera juego con la camisa. Ni un polo de esos de Tommy que no le quedara perfecto con los pantalones. Los zapatos, fueran los que fueran, siempre combinaban con el polo o con el cinturón. Y lo que más veces le acudía a la mente era el deseo de que cuando él la abrazara, ella pudiese, puestos los dedos como una suave garra, atusarle el pelo casi rubio.
 La relación de Lalo con su pelo era la de una modelo con su marca de alta costura. Tenía la cantidad justa. La justa longitud. Nunca peinado y sin despeinarse nunca. Siempre se tocaba la cabeza y se arreglaba el flequillo en el momento justo. Eso es lo que ella quería.

-¡Eh! ¡Tú! ¡María! –notó que le gritaba Ana susurrando desde el pupitre de detrás.-Qué.-Que llevas una hora con la cara apoyada en la mano y cara de tonta. Que se va a dar cuenta.- ¿Quién?-El profe, ¿quién va a ser?-¿Cuenta de qué?-Pues de que te quedas colgada, de que estás pensando en otra cosa y de que no te estás enterando de nada. Y de que este año vas de culo.-Cállense allí.- ¿Ves? El profesor estaba explicando una cosa aburridísima sobre no sé qué corriente literaria de la Edad Media o mester o escuela… ¿para qué puñetas necesitaban aprender toda esa basura? Ella volvió al libro e intentó buscar la línea por donde iban leyendo cuando el profe no paraba para enrollarse y hablar como si le fuera la vida en ello. 

Menos mal que ya era la última hora y aquello acabaría pronto. Pensó, de pronto, que era la primera vez en su vida que estaba deseando que acabasen las clases. En realidad, en el colegio le gustaba, o, al menos, siempre le había gustado. Incluso, si miraba su niñez, podía asimilar colegio a la idea de felicidad.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Capítulo 1.



  Se sentó frente a su Facebook sin nada concreto que poner. Estaba harta de todo. Cuando estaba en la ESO, deseaba cada mañana y al final de cada día llegar a bachillerato. 
  Un día, de pronto, cuando suspendió el primer examen, se dio cuenta de que ya había llegado a bachillerato y que nada había cambiado en realidad.
   Eran los mismos y las mismas de siempre. 

   Había quien ya no estaba allí pero aparecía cada dos por tres en la puerta del colegio. Sus padres, sí esos dos que parecían no tener otra cosa que hacer que discutir y poner normas, seguían controlándole la vida. A Lalo, nunca le dijo que llevaba cuatro años enamorada de él, y acababa de dejar a Miguel. Lo quería, vale, pero era todo tan aburrido... cuando cumpla los dieciocho seguro que todo cambia...

  Mierda, ahí viene Lalo. Lalo Losta Sirón. Vaya nombrecito. ¿Por qué coño se me encogerá la boca del estómago cuando lo veo aparecer por el pasillo? Puso los dedos en el teclado del ordenador de la clase de informática y cerró el Facebook. Luego escribiría algo.
   Abrió la hoja de Excel, miró de reojo a Lalo. Ana de dio un codazo y la voz monótona del profe le llegó a los oídos como si no llevara quince minutos hablando. De pronto tenía ganas de llorar, joder. No le había pasado algo concreto que la tuviese así. Ninguna desgracia en casa, ninguna bronca especial con papá, mamá o con su hermana. 

  Lo de Miguel la había hecho plantearse si era mala persona por dejarlo o no. Pero había decidido que no, que no lo era, porque si estás con alguien, cada momento del día en que no estás junto a él tienes que pasarlo pensando en él y no podía ser lo que le pasaba ya últimamente con Miguel. Verlo se había convertido en una costumbre, en una obligación. Lo que en un primer momento era una aventura, darle la mano, verlo en el pasillo, dejar algún beso furtivo en los labios… había pasado a ser una especie de rito tan falto de significado como hacer la mochila cada tarde o ponerse el uniforme tableado cada mañana de clases de la ESO. Le daba algo de pena pero no era un problema como para que ella estuviese así.