Se sentía tonta y sentirse de esa forma la enfadaba. Y cuanto más le repetía su madre que cuánto había cambiado, que ya no le contaba nada, que hacerse mayor no era eso, que no podía pasar las tardes en su cuarto encerrada… más se enfadaba. No podía estar encerrada, vale, pero joder, si tampoco podía salir. Cuando era una niña no le daba importancia, pero siempre era la única en no ir a las salidas que hacía la clase, a las excursiones, a los campamentos de fin de semana.
Su
casa era el lugar natural para estar y ella estaba bien. Pero ahora
la calle, las amigas y los amigos la llamaban como voces de vampiros
en la noche. No había salido casi nunca, y, extrañamente, echaba de
menos salir: el halo de libertad que rodeaba a los demás que sí
salían la hacían quedarse, a menudo, embobada mirando a Victoria, o
a Blanca, o a Álvaro… Eran como semidiosas y semidioses cuando
planeaban cada fin de semana. Y Lalo. Si lo tenía todo el niño ese,
joder. No se podía ser más alto. Ni más guapo. Ni estar más
bueno. Ni vestir mejor. Nunca había un jersey que no le hiciera
juego con la camisa. Ni un polo de esos de Tommy que no le quedara
perfecto con los pantalones. Los zapatos, fueran los que fueran,
siempre combinaban con el polo o con el cinturón. Y lo que más
veces le acudía a la mente era el deseo de que cuando él la
abrazara, ella pudiese, puestos los dedos como una suave garra,
atusarle el pelo casi rubio.
La
relación de Lalo con su pelo era la de una modelo con su marca de
alta costura. Tenía la cantidad justa. La justa longitud. Nunca
peinado y sin despeinarse nunca. Siempre se tocaba la cabeza y se
arreglaba el flequillo en el momento justo. Eso es lo que ella
quería.
-¡Eh!
¡Tú! ¡María! –notó que le gritaba Ana susurrando desde el
pupitre de detrás.-Qué.-Que llevas una hora con la cara apoyada en
la mano y cara de tonta. Que se va a dar cuenta.- ¿Quién?-El profe,
¿quién va a ser?-¿Cuenta de qué?-Pues de que te quedas colgada,
de que estás pensando en otra cosa y de que no te estás enterando
de nada. Y de que este año vas de culo.-Cállense allí.- ¿Ves? El
profesor estaba explicando una cosa aburridísima sobre no sé qué
corriente literaria de la Edad Media o mester o escuela… ¿para qué
puñetas necesitaban aprender toda esa basura? Ella volvió al libro
e intentó buscar la línea por donde iban leyendo cuando el profe no
paraba para enrollarse y hablar como si le fuera la vida en ello.
Menos mal que ya era la última hora y aquello acabaría pronto. Pensó, de pronto, que era la primera vez en su vida que estaba deseando que acabasen las clases. En realidad, en el colegio le gustaba, o, al menos, siempre le había gustado. Incluso, si miraba su niñez, podía asimilar colegio a la idea de felicidad.